sábado, 12 de noviembre de 2011

MEDITACION SOBRE LA MUERTE.



A mí me gusta mucho meditar sobre la muerte. Y no por ser un persona melancólica, pesimista o lunática, ni de carácter fúnebre o taciturno. Francamente no. Más bien, me considero una persona alegre y optimista, amante de la vida.
 Lo que sucede es que nos hemos acostumbrado a considerar la muerte como algo tétrico y negativo, y cuyo pensamiento debemos casi evitar a toda costa. Y, sin embargo, si tenemos una certeza absoluta en la vida es, precisamente, que todos vamos a morir.

Pero a mí, en lo personal, esta certeza no me atemoriza, para nada. Al contrario. Me hace pensar con inmenso regocijo y esperanza en el “más allá”, en lo que hay después de la muerte. Y también me ayuda a aprovechar mejor esta vida. Pero no para “pasarla bien”, sino para tratar de llenar mi alforja de buenos frutos para la vida eterna.

Alguien dijo: “Morir es sólo morir; morir es una hoguera fugitiva; es sólo cruzar una puerta y encontrar lo que tanto se buscaba. Es acabar de llorar, dejar el dolor y abrir la ventana a la Luz y a la Paz. Es encontrarse cara a cara con el Amor de toda la vida”.

Es verdad. Lo importante de la muerte no es lo que ella es en sí, sino lo que ella nos trae; no es el instante mismo del paso a la otra vida, sino la otra vida a la que ella nos abre paso.
 Para quienes tenemos fe, la muerte es sólo un suspiro, una sonrisa, un breve sueño.
  Para los que vivimos de la dichosa esperanza de una felicidad sin fin, que encontraremos al cruzar el umbral de la otra vida, ésta no es sino un ligero parpadeo y, al abrir los ojos, contemplar cara a cara a la Belleza misma.
 Es exhalar el más exquisito perfume -el de nuestra alma, cuando abandone el cristal que la contiene- para iniciar la más hermosa aventura y gozar del Amor en persona... ¡ahora sí, para toda la eternidad!
 La muerte no debería llamarse “muerte”, sino “vida” porque es el inicio de la vida eterna.



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